Texto por Paulina López

Del otro lado del planeta se encuentra Commonwealth of Dominica, por su nombre en inglés y Communauté de la Dominique en francés. De todas las islas, ésta es la única que era visitada con frecuencia. Miles de turistas inundaban año tras año la selva, las cascadas, los manantiales y los ríos. Se regocijaban en las playas y las áreas protegidas y se tomaban fotos mientras disfrutaban de un día de tranquilidad en la arena.

La fascinación por lugares remotos llevó a la capital, Roseau, a ser la ciudad más visitada de la isla de Dominica. Para los del otro lado esta isla parecía encontrarse en un estado primigenio, puro. El paraíso previo al pecado original, sin culpa. Aquí todos gozaban. Los turistas se reunían para coleccionar conchas de mar y tomarse bellas fotografías que después terminarían en algún álbum familiar.

Siendo una zona tan popular no resultó extraño que los viajeros acudieran al hotel más famoso de la región: “Flamingoes”. Ahí la gente compraba souvenirs. Se llevaba consigo llaveros, tazas, mapas y postales pero sobretodo se vendía una sudadera de recuerdo con la imagen de dos mujeres recolectando conchas y el nombre de la capital: Roseau.

Al llegar a casa, los viajeros descansados, guardaban la playera y las fotografías y seguían su vida como si nada hubiese pasado. Todos hablaban de Dominica para hablar de vacaciones pero en asuntos serios nadie la tomaba en cuenta. Resultaba especialmente conveniente para las potencias no hablar de un lugar tan especial. Dominica, se quedaba en el imaginario colectivo como imagen que todos tenían de vacaciones.

Cuando finalmente Las Cinco fueron reconocidas internacionalmente se popularizó Dominica (como todas las demás islas) y en especial la sudadera souvenir. Se volvió un must-have en la industria de la moda y se le otorgó el lado “vintage” a la prenda. El recuerdo de cuando la gente iba a la isla de Dominica a pasar sus vacaciones estaba impregnado en esa playera. Se convirtió en un objeto de valor que poco a poco fue siendo replicado. Es curioso pensar que solo después de este boom comercial se le dio el valor que merecía, tanto a la sudadera como a la isla de Dominica.

Ahora sí todos comenzaron a sacar sus fotos y presumirlas ante los demás. “Mira, aquí estamos Marta y yo recogiendo conchas”, le diría una señor a su amiga mientras sostenía un pedazo de papel poco nítido con una imagen de dos mujeres en la playa. Y sí, ahí estaban todos observando la foto del recuerdo y portando la sudadera. Ahora todos estaban en sintonía.